Capítulo XXIII

El transbordador no había sido dañado, realizando la subida a la atmósfera superior con más tranquilidad y seguridad de la que tenían al bajar. Atha y Wolf estaban en los controles, y los demás en la cabina trasera, con sus mentes fijas por primera vez en mucho tiempo en el presente, no en el futuro.

—Bien, señor —dijo Truzenzuzex a Malaika—, nuestras disculpas. Parece que vuestra inversión ha demostrado ser singularmente poco provechosa. Confieso que desde un principio no nos había preocupado, pero después del gasto y el peligro que habéis pasado, me gustaría que hubieseis conseguido algún incremento más sustancial.

—Oh, vamos, sois innecesariamente pesimista, mi bien protegido rafiki —el mercader sopló vigorosamente en una pipa, que despedía una increíble pestilencia—. Tengo una ciudad que sin duda está llena hasta rebosar de inapreciables artefactos e inventos Tar Aiym... ¡si alguna vez consigo sacarlos de esa infernal arena! Un maravilloso planeta inhabitable, con un sistema ecológico acuoso nativo floreciente, probablemente compatible con el estándar humanx. ¡Hasta creo que este planeta podría hacer que volvieran las naves de superficie, ndiyof

—Esa referencia se me escapa —dijo el filósofo.

—Os mostraré trioides cuando regresemos, uno de los fragmentos más poéticos del pasado tecnológico del hombre. No, no, desde una perspectiva de fedha, no estaría dispuesto a considerar este viaje como una pérdida. Y siempre queda el Krang para jugar con él, ¿eh? Aunque nuestro joven amigo insiste en que fue un extraño accidente y que él no tuvo nada que ver. —Miró a Flinx interrogativamente, quien de un modo estudiado los ignoró a todos—. En cuanto a vosotros dos, me temo que fue una verdadera desilusión. Debéis estar todavía más frustrados ahora que cuando aterrizamos.

—Todo depende del punto de vista adoptado —dijo Tse-Mallory—. Cuando comenzamos a seguir el rastro de esto no teníamos realmente idea de lo que esperábamos encontrar; sólo sabíamos que era grande. Cuando lo encontramos, desconocíamos qué habíamos encontrado. Y ahora que lo dejamos, mi hermano y yo, cuando estéis listo para volver y excavar en busca de esos artefactos —miró hacia su hermano espacial—, estaremos encantados de ayudaros en la selección, aunque no en la excavación. Y todavía, como decís, tenemos el propio Krang para «jugar». Por lo menos, proporcionará la base para más de un voluminoso e irritante ensayo científico. Solamente las implicaciones sociológicas y filosóficas... ¿verdad, Tru?

Sonrió y movió la cabeza.

—Sin duda, hermano.

El thranx intentó reflejar una actitud humana de profunda reflexión. Falló y la sustituyó por una de nostálgica despreocupación. El resultado no fue completamente satisfactorio.

—Parece como si las leyendas, tanto de los Branner como la de los homínidos primitivos, tuviesen alguna validez. ¿Quién lo habría sospechado? El Krang es a la vez un arma y un instrumento musical.

Habían dejado ya la atmósfera, y Atha estaba fijando una órbita que los llevaría hasta el Glory por detrás. La negrura se esparcía por un lado, mientras que el sol, filtrado automáticamente por las compuertas fotosensitivas, los iluminaba desde el otro lado. A pesar de los efectos igualadores de las luces de la cabina, tendía a mostrar los rasgos faciales con un relieve poco natural.

—Nos dice mucho sobre los Tar Aiym..., sin mencionar que es un gran progreso en la explicación de su interés por dos campos tan aparentemente divergentes como la guerra y el arte. Pero no puedo decir que me entusiasme con sus gustos musicales. Prefiero a Debussy y a Koretski. Sin duda a sus oídos, o lo que usasen, esos sonidos serían agradables y excitante, patrióticos.

«Resuenan sutiles sonidos de muerte y las liras gimieron mientras los niños se ahogaban» —recitó Tse-Mallory.

—Porzakalit, soneto veintitrés —dijo Truzenzuzex—. Se necesitaría a un poeta.

—Quizá yo sea anormalmente torpe —dijo Malaika—, pero todavía no entiendo cómo funcionó el kelelekuu.

—No sois el único en ese aspecto, capitán, sino más bien el miembro de una gran mayoría. Si lo deseáis, sin embargo, podría teorizar.

—¡Adelante entonces! Teorizad.

—Aparentemente —continuó el thranx, alejando discretamente los nocivos efluvios producidos por la hierba que se carbonizaba en la pipa del mercader—, la máquina genera algún tipo de vibración... Confieso que dudo en llamarlas «ondas sonoras». Probablemente, algo que participa de esas características, además de otras de un tipo de onda que no pudimos identificar, aunque sí pudimos advertir sus efectos. ¿Recordáis que en nuestro paso inicial a través de la atmósfera hice observaciones sobre la densidad poco corriente del doble estrato de viento brillante?

Malaika asintió.

—Probablemente esos estratos son reforzados artificialmente. Las ondas —las llamaremos ondas-k, a falta de un término -mejor o más apropiado— son generadas por el Krang. Esas ondas pasaron a través del estrato inferior del viento brillante, pero no del superior más denso. Entonces, según esto, fueron «rebotadas» entre los dos estratos, puesto que ya estarían lo suficientemente debilitadas como para ser incapaces de romper el nivel inferior y regresar. Es probable que fuesen lanzadas alrededor del planeta quizá más de una vez, siendo constantemente rejuvenecidas por los generadores del Krang.

—Oh, sé que probablemente no son ondas sonoras —dijo Malaika—, pero ¿circulación en la atmósfera a nivel planetario? Procedente de una única fuente generadora..., manteniendo una cierta fuerza mínima..., la energía que requeriría... ¿Realmente lo creéis posible?

—Mi querido Malaika, considero que cualquier cosa es posible, a menos que lo contrario esté claramente demostrado..., y mucho más cuando esta máquina tiene que ver con el asunto.

—Incluso simples ondas sonoras —añadió Tse-Mallory—. En la propia Tierra, en el año 1883 del viejo calendario, hubo una explosión volcánica en el principal océano. Una isla llamada Krakatoa explotó con bastante violencia. Las ondas de la explosión viajaron varias veces alrededor del planeta. El sonido de las explosiones —recordad, simples ondas sonoras— fue oído en la mitad del globo. Dadas las habilidades de los Tar Aiym y el hecho de que aquéllas eran mucho más que simples ondas sonoras, consideraría la producción de tales formas como una elegante posibilidad. Además, pensé que necesitaríais pocas demostraciones después de esa tan espectacular que hemos tenido.

—La conclusión tras el hecho —dijo Truzenzuzex secamente—. Muy astuto por tu parte, hermano. Sin embargo, como sólo soy ligeramente más entendido en este asunto que tú...

—¡Protesto!

—Dejaré el asunto. Los Tar Aiym eran completamente capaces, como dices, de amplificar la naturaleza...

—Supongo que eso explicaría entonces lo que le ocurrió a nuestro rafiki Nikosos —murmuró Malaika—. Una vez que su transbordador entró en la región de vibraciones efectivas...

—¿Oscilación destructiva? —añadió Tse-Mallory.

—¿Destrozado en pedazos? Posiblemente —dijo Truzenzuzex—. O quizá esas ondas provoquen una rotura o un debilitamiento de la estructura atómica. Incluso dentro de lo que probablemente era el lugar más seguro de todo el planeta, las vibraciones —música si queréis— casi rompen mi esqueleto. No es un proceso imposible. Fantástico sí, pero no imposible. Personalmente, me interesa mucho más el método utilizado para eliminar su nave espacial.

—Ndiyn —dijo Malaika—. ¿Y qué hay sobre eso? No estaba cerca de la atmósfera, y por tanto no pudo haber sido atrapado en los estratos de viento brillante.

—Además de mantener una pantalla defensiva impenetrable alrededor del planeta, el Krang no sería más que un artificio para neutralizar al enemigo si no tuviese también capacidades ofensivas —continuó el thranx—. Un ingenio de naturaleza completamente defensiva estaría en contradicción con todo lo que sabemos de la psicología de los Tar Aiym. Y todos sois conscientes de que la calidad de las vibraciones cambió bastante significativamente hacia el final de nuestra tortura. Entonces, Flinx, ¿sentiste la destrucción de la otra nave? ¿No hubo ningún signo de explosión? ¿Ninguna llamarada? ¿Nada?

Una pregunta segura y una que difícilmente podía negar.

—Así es, señor. Simplemente... se desvaneció.

—¡Hum! Sospecho una posibilidad que probablemente nunca será confirmada, pero... recordad que nuestra nave estaba a muy corta distancia sin embargo, aparentemente no ha sido dañada. Sospecho, gentiles señores, que el Krang es un generador gravitónico, pero de una energía no soñada ni siquiera por los antiguos dioses. —Miró directamente a Malaika—. Capitán, ¿qué sucedería si un campo de gravedad de un diámetro aproximado de un centímetro, con un campo igual en fuerza a la superficie de una estrella de neutrones, golpease sobre una verdadera masa?

El atezado rostro de Malaika reflejó confusión, revelación y sorpresa en una sucesión asombrosamente breve. Su voz reflejaba las tres.

—¡Manisa! Eso provocaría una discontinuidad Schwarzchild, pero es...

—¿Imposible? —Truzenzuzex sonrió—. Perdón, capitán, pero ¿de qué otra forma podríais explicarlo? La energía necesaria para generar un campo así necesitaría de una nave del tamaño de un planeta... Mucho más sencillo utilizar un planeta, ¿no? Y recordad que no hubo evidencia de explosión. Naturalmente que no. Ni siquiera la luz podría escapar de un campo de fuerza semejante. Y la gravedad sigue una ley cuadrada inversa. Así que nuestra nave no estuvo efectivamente en peligro. Sería difícil imaginar un arma más perfectamente selectiva. A un solo kilómetro de distancia ni siquiera advertiríais el campo. Pero se toca y ¡puf! ¡La nada instantánea! Espero que se tenga el buen sentido de no jugar demasiado con ese artefacto, capitán. —La voz del thranx era supersolemne—. No sabemos en absoluto nada sobre cómo operar un campo semejante. ¿Suponéis que no se descubriría la forma de «descrear» un campo así? Obviamente el Krang puede hacerlo... Cómo, no puedo empezar a imaginármelo. Pero si un campo semejante fuese liberado sin control, vagaría a través del universo tragándoselo todo.

Ahora en la cabina había demasiado silencio.

—Pero creo que hay pocas probabilidades de eso —continuó más animosamente—. A menos que nuestro joven amigo pueda activar de nuevo el mecanismo, sin mencionar dirigirlo con tanto éxito.

Desde hacía algún tiempo, Flinx había leído que la velada acusación llegaría. Sabía que tendría que ser contrarrestada. No debían considerarle capaz de manejar un arma tan amenazadora. Especialmente se recordó a sí mismo que no estaba seguro de poder hacerlo.

—Ya os lo dije, señor. No sé lo que pasó. La máquina me controlaba a mí, no al revés.

—Sin embargo... —dijo el thranx significativamente.

Habría sido fácil remodelar la mente del insecto de forma que simplemente aceptase al pie de la letra la explicación de Flinx sobre el suceso. Demasiado fácil. El Krang no había afectado su sentido de la ética. Además, la idea de jugar deliberadamente con los centros más profundos del pensamiento de otra persona resultaba ligeramente repulsiva y aterradora, especialmente cuando la mente en cuestión era mucho más sabia que la suya. «El poder —se recordó a sí mismo— no es lo mismo que el conocimiento.» En el futuro necesitaría una buena cantidad de esto último.

—Mirad...

Pensaba rápidamente. Ahora era fácil.

—En lo que se refiere a «dirigir» el artefacto, vos mismo dijisteis que la máquina estaba compuesta por sistemas de circuitos infinitamente sofisticados. Una vez activada, sería posible manejar la situación a propio antojo. Yo simplemente fui como la bujía de hidrógeno que activó el mando KK.

—¿Y cómo explicar que efectuase las acciones que realizó?

—Quizá la nave de Nikosos hizo un movimiento que la máquina interpretó como hostil y respondió acordemente. Quizá ya estaba afinada y preparada cuando yo entré allí. Ciertamente no soy tan diferente del resto de vosotros —era mentira—. Probablemente mi don, o talento, o como queráis llamarlo, tuvo algo que ver con ello. Recordad que no hice nada la primera vez que entré.

—Tengo el presentimiento de que tus mismos miedos en aquel momento tuvieron bastante que ver con eso también. Sí, eso es plausible.

—Correcto —continuó Flinx, agradecido por la oportunidad—. Estaba asustado cuando entré esta vez, realmente asustado —era cierto—. Mi tensión emocional tuvo que ser captada por la máquina. ¡Es también un ingenio artístico! Probablemente cualquiera de nosotros podría haberla estimulado bajo aquellas condiciones. —Posible, no probable—. En cualquier caso, ahora ha terminado, y no tengo ningún deseo de intentarlo otra vez. (Verdad a medias.)

—¡Ya es bastante, muchacho! Eres demasiado agresivo para mi pobre mente senil. Estoy satisfecho por esta vez. —Flinx leía otras cosas, pero no importaba—. Me has convencido en limpio combate oral de igual a igual. Juega conmigo al ajedrez de las personalidades. No te dejaré ni las pecas. Sin embargo... —miró al minidrag y después a Flinx— ¿dices que no sientes cambios, ningún efecto residual?

Flinx sacudió la cabeza con una. seguridad que hubiese enorgullecido a Madre Mastín.

—No. Realmente no sé lo que pasó. Mi mente estaba...

Se interrumpió al extinguirse bruscamente la luz exterior. El transbordador se había deslizado en su muelle de amarre en el departamento de carga del Glory.

—Ya está —dijo innecesariamente Malaika. Para enorme satisfacción de todos, su pipa se había apagado.

—Me encantaría continuar esta discusión con vosotros, gentiles señores, pero en algún futuro nafasi ¿ndiyo? Si no consigo que algo de consistencia reconociblemente líquida se deslice muy pronto por mi garganta, ¡podréis esparcirme en órbita junto al viento brillante, porque me convertiré en polvo!

Pasó a través del estrecho pasillo y abrió la pequeña compuerta de personal. La pálida luz verde de la esfera de la bodega se introdujo en el interior del transbordador. Un cable se balanceaba convenientemente cerca. Con Sissiph en sus brazos comenzó a trepar. Atha fue la siguiente, seguida por los dos científicos. Flinx recogió a Pip del lugar donde el minidrag yacía cómodamente enroscado sobre el brazo de una silla y lo colocó sobre el hombro. Se apresuró a salir de la nave. Incluso ahora quería evitar la figura de Wolf. Siguió a los demás por el cable.

Cuando llegaron a la sección de la nave dotada de gravedad, todo el mundo siguió su camino por separado. Atha y Wolf fueron a Control. Malaika y Sissiph a su camarote. El mercader no había tomado todavía ni una sola gota de intoxicante, pero se había ahorrado un rescate y había ganado un planeta. Incluso aunque nunca obtuviese un céntimo de su inversión, sólo esto era capaz de emborracharle ligeramente. Los dos científicos se dispusieron a reanudar su eterno juego de ajedrez de personalidades, como si nunca lo hubiesen interrumpido.

—Eso no fue una psicosis legal —dijo Tse-Mallory alcanzando con su voz a Flinx—. ¡Lo sabes muy bien!

—Vamos, Bran. ¿Cómo puedes decir eso? Está claro que cuando yo instigué un salto de cuatro casillas en esa pieza del miedo infantil secundario...

Sus voces se desvanecieron cuando dobló la esquina que conducía hasta el camarote.

Flinx bajó la vista hacia su hombro. El minidrag, con los efectos de su prueba desapareciendo aparentemente, estaba profundamente dormido.

Se detuvo después de un momento de duda. Después se encogió de hombros, sonriendo. Silbando una conocida canción, deliciosamente lasciva, se apresuró esperando ansiosamente el mayor pseu-dobistec que le pudiese proporcionar el autochef. Tenía mucho que pensar y mucho que hacer.